Una buena salida

Ayer fue uno de esos días que se agradece a quien cruzó una moto en la vida de uno y le metió el veneno de las dos ruedas en la sangre. Con una jornada que prometía ser soleada, mi sobrino y yo apuntamos nuestras ruedas delanteras hacia el norte, en busca de una de esas rutas que quedan vetadas en invierno: Valencia – La Pobla Tornesa – Albocàsser – Villafranca del Cid – Rubielos de Mora, dejando abierta la vuelta desde este punto según la hora y las ganas (no todos son iron butts).

El día amanece algo nublado pero cálido… en Valencia. Según la CV-10 nos va acercando a tierras más septentrionales, la bajada de temperaturas es evidente, aunque nunca llega a ser excesiva. Me gusta sentir fresco en la moto, y la sensación es ideal, ya que en ningún momento siento frío. Unos pocos kilómetros antes del fin de la autovía, el asfalto empieza a aparecer húmedo, cada vez más. Hasta que el tramo de la CV-15 que nos lleva desde la CV-10 a Albocàsser aparece directamente mojado. Teníamos previsto parar a almorzar en Ares del Maestrazgo, pero ante la circunstancia del asfalto mojado, y siendo que el sol luce en el firmamento, propongo parar en Albocàsser a almorzar, y así dar tiempo a que el camino se vaya secando. Y ello fue todo un acierto. El Ermitorio de Albocàsser nos recibió con la conocida quietud que lo caracteriza, y me hizo recordar uno de los silencios más disfrutados que he experimentado entre moteros.

Seguimos camino con el asfalto notablemente más seco, pudiendo entrar en las curvas con plena confianza, salvo en zonas de umbría donde la humedad se resiste a desaparecer. Las curvas se suceden, y como siempre me pasa cuando recorro estas comarcas, me parece estar a cientos de kilómetros de casa, cuando en realidad apenas estoy a una hora. El tráfico es escaso y fácilmente superable, aunque ello no impide que algún tramo de línea continua quede en parte arruinado por algún vehículo lento.

Tras una curva, a lo lejos y a una cota muy superior en relación a la distancia que nos separa, aparece el sorprendente Ares del Maestrazgo, una población situada en lo alto de una imponente limatesa, y bajo un risco donde otrora se situara, orgullosa, la fortificación que dominaba el vasto territorio que tenía a sus pies. La subida es intensa, con adelantamientos en cortas distancias que sacan lo mejor de nuestras máquinas. Las muy diferentes curvas, el asfalto casi impecable y las vistas que se van ganando según se sube, hacen de Ares un verdadero paraíso. Coronamos el puerto, y mi compañero siente la necesidad de parar y admirar la belleza de tan singular sitio. Se muestra entusiasmado por el camino recorrido… tan entusiasmado como yo cuando lo disfruté por primera vez. Y es que es una experiencia inolvidable.

Continuamos camino, pero esta vez va a ser un camino nuevo para ambos, al menos en su siguiente tramo. Siempre que recorrí estas carreteras, acabé desviándome por la CV-12 para llegar a Morella. Pero esta vez es distinto, esta vez seguimos por la CV-15 hasta Villafranca del Cid. Y el recorrido no decepciona. Después del cruce con la CV-12, la 15 sufre una reducción de arcenes y anchos en general, pero no es nada dramático y el asfalto sigue siendo bueno, pudiendo prolongar el tremendo disfrute de los tramos previos.

Y llegamos a Villafranca. Conocida la posible dificultad de repostar en la próxima provincia de Teruel, decido parar y llenar depósitos. En un poste de media tensión, junto a la gasolinera (no, no me he equivocado… que hablar por móvil en la gasolinera será peligroso, pero un poste de media tensión en la misma acera de la gasolinera por lo visto no lo es), tenían un herrumbroso termómetro de mercurio. Espoleado por la curiosidad, me acerco a ver qué marca: 16 agradabilísimos grados centígrados. Un calor tórrido para la época y el lugar en que nos encontramos, ya que aquí la CV-15 se encuentra jalonada por postes de señalización típicos de los lugares donde los caminos desaparecen bajo el blanco manto de la nieve.

Después de llenar, efectuamos un intercambio de monturas. Mi sobrino se sube a mi «enorme» Z, mientras que yo intento acomodarme sobre su… CBR600RR. Proseguimos camino, y al poco de sobrepasar Villafranca llega el desvío hacia Mosqueruela por la CV-173, transformada en A-1701 cuando pasamos a suelo turolense… y la película cambia por completo. El tramo de CV-173 empeora considerablemente con respecto a la CV-15, convirtiéndose el asfalto en una superficie irregular, bacheada, sin arcenes, con curvas sin ningún criterio geométrico en su diseño… Pero este tramo aún acabaría pareciéndonos bueno una vez cambiamos de comunidad autónoma. Nos recibe una A-1701 al más puro estilo «Maestrazgo turolense», donde la moto más adecuada a su recorrido es, como mínimo, una trail. Y yo sobre una CBR600RR.

El tramo se hace largo, pero sinceramente esperaba que la CBR fuera mucho más complicada e incómoda de llevar en esas circunstancias. Evidentemente lo es más que mi Z, pero hay que darles la razón a los que defienden que sus monturas R no son tan torturantes como se pretende hacer ver. O al menos yo lo sentí así.

El caso es que, por fin, aparece Mosqueruela y tras ella un tramo hasta Linares de Mora de buen y ancho asfalto en el que podré disfrutar de la CBR… y así fue. La serpiente gris retorcida entre las montañas me sacó una buena sonrisa debajo del casco, mientras la máquina que me llevaba me demostraba que iba sobrada, por muy rápido que yo pensara que entraba en curva. Sí, sobrada es la palabra que define perfectamente a esta moto, porque se me antojó imposible llevarla hasta su límite, ni tan siquiera acercarse a él, en carretera abierta. Y por supuesto me reafirmo en mis dos ideas con respecto a las motos deportivas: primero, son las motos más seguras que se fabrican; segundo, hay que tener la cabeza preparada para tener una de estas máquinas.

En el desvío hacia Valdelinares, antes de Linares de Mora, me paro a esperar a mi compañero. Supongo que pasar de una Z a una CBR es más sencillo que el paso contrario, pero llego a preocuparme por la tardanza (licencia del que narra para no besarse porque no llega). Cuando ya estoy pensando en dar la vuelta, aparece una luz y llega mi sobrino sano y salvo. Me pregunta que cuándo nos devolvemos las motos, y le digo que, por mí, en Valencia, a lo que responde que mejor en Rubielos de Mora. Me da la impresión que su experiencia a bordo de la Z no está siendo demasiado buena.

Dicho y hecho, tras otro tramo de disfrute total a bordo de la ágil y agresiva deportiva, paramos en Rubielos a tomarnos un respiro e intercambiar impresiones. Yo le hablo del gran rendimiento de la parte ciclo de la CBR, con un chasis, unas suspensiones y unos frenos absolutamente impresionantes, que permiten un paso por curva realmente rápido y muy seguro, y él me contesta que la Z… es muy cómoda. Es difícil explicar que a estas máquinas se las llega a amar tras hacer salidas como la que estamos haciendo, tras meterse en un circuito sin pretensiones de ganar un mundial, tras un viaje de varios miles de kilómetros y tras entender que son motos perfectas para el día a día, que no son las mejores en nada pero que lo hacen todo bien. Y es difícil de explicar, sobretodo, después de haber disfrutado como un bellaco durante setenta kilómetros con una RR, que poco tiene de racionalidad y mucho de pasión y sensaciones. Así que mi admiración por las rápidas y excelentes deportivas sigue intacta, sino acrecentada.

Para la vuelta teníamos varias alternativas: la larga y retorcida Rubielos – Onda, la intermedia Rubielos – Fuentes de Rubielos – Olba – Montanejos, o la aburrida pero rápida Rubielos – Albentosa – A23. Finalmente, dadas tres circunstancias, a saber: hora en Rubielos (13:30), cansancio de mi compañero (tengo que meterle más tralla, a ver si se me hace un hombre) y sus ganas de llegar a una hora más o menos prudencial, hacen que descartemos cualquiera de las muy atractivas alternativas que teníamos y finalmente vayamos a buscar la autovía en Albentosa. Ya con mi Z, disfruto del último tramo de curvas como si nunca más fuera a rodar en moto, dándome cuenta de las evidentes diferencias entre una Z y una CBR, y finalmente encaramos con resignación la última etapa de nuestra salida: los más de noventa kilómetros de autovía que nos separan de Valencia. Y en ellos sí agradezco mucho la comodidad de mi Kawasaki.

Acerca de Xavi (Motoret)

Una frase escuchada en un spot publicitario: "Cuando naces, todo el mundo ríe y tú lloras; ve y vive tu vida de forma que cuando mueras, tú sonrías y los demás lloren". Ver todas las entradas de Xavi (Motoret)

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